Hay personas que merecen vivir, y Anas al Basha era uno de ellos, este joven trabajador social murió trágicamente en Alepo, Siria, luego de un potente ataque aéreo.
Por años se preocupó de hacer reír a niños en uno de los lugares más peligrosos del mundo, entregándoles felicidad y alegría, creando un mundo imaginario donde la guerra no existe. Hoy esos mismos niños que un día fueron felices junto a él, hoy lloran la partida de este hombre y tienen una razón menos para sonreír…
“Los aviones son más como pájaros y las bombas caen como la lluvia”
Con esas palabras describía hace días los intensos ataques a los que estaba siendo sometida la ciudad de Alepo en Siria.
La dura ofensiva militar sobre la ciudad por parte de las fuerzas del gobierno del presidente sirio, Bashar al Asad, con el apoyo de la aviación rusa, ha causado la muerte de centenares de civiles y ha empujado a unas 25.000 personas a huir de la ciudad, donde se estima que están atrapados unos 250.000 residentes, entre los cuales hay unos 100.000 niños.
Los padres del joven muerto habían abandonado la ciudad antes de que el gobierno sirio aislara la los residentes de Alepo, pero Anas no quiso arrancar y abandonar a los cientos de niños que no podían huir del lugar.
“Anas se negó a irse de Alepo y decidió quedarse allá para continuar con su trabajo como voluntario para ayudar a los civiles, dar regalos a los niños en las calles y brindarles esperanzas”, escribió Mahmoud al Masha, su hermano.
Anas al Basha era director de la ONG “Space of Hope” (Lugar de Esperanza), una iniciativa que sostenía a 12 escuelas y 4 centros de apoyo psicosocial en la ciudad, además de ofrecer terapia psicológica y asistencia económica a unos 365 niños que han quedado huérfanos.
“Él vivía para hacer reír a los niños y dar felicidad en el lugar más oscuro y más peligroso”, escribió Mahmoud al Masha, hermano de la víctima.
En Siria la risa está cada día más escasa…
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