Los investigadores del museo de Drents, en Países Bajos descubrieron en el interior de los restos de un monje momificado de aproximadamente 1.000 años de antigüedad.
Fue comprada en 1997 en una subasta por un coleccionista holandés y se especuló que la pieza fue robada en 1995 de una pequeña comunidad en Yangchun, China.
El comprador sospechaba que pudiera tener algo en su interior, entonces llevó la estatua hasta la Universidad de Utrecht, en donde fue revisada y fechada a través de la prueba de carbono.
Tras varias pruebas se reveló que en su interior se encontraban los restos de un monje budista del siglo XI-XII, quien podría ser el maestro Liu Quan, un importante miembro de la Escuela China de Meditación.
Según las fechas en la base de la estatua, el armazón y las pinturas doradas fueron creados 300 años después de que falleciera el monje.
El 2014, el Centro Médico Meander en Amersfoort en Amsterdam, recibió la estatua y realizó una tomografía completa para estudiar los restos.
Las pruebas revelaron la posición del esqueleto del monje budista, quien aparece claramente sentado en la conocida posición del loto.
La tomografía confirmó que la momia no tenía órganos internos y que habían sido sustituidos con escritos en chino.
El deterioro y desgaste de la piel y los huesos indican que probablemente Liu Quan se momificó a sí mismo para convertirse en un “Buda viviente”
Los Sokushinbutsu (consecución de la budeidad en vida) fueron monjes budistas Shugendo, que para conservar sus cadáveres momificados, se provocaban la muerte lentamente para así conseguir el estado de iluminación necesario para convertirse en Budas.
Este proceso era duro y riguroso. El monje debía seguir una estricta dieta de frutos secos y semillas para desprenderse de su grasa corporal durante 1.000 días. Luego por otros 1.000 días solo debía comer raíces y cortezas de árbol.
Durante esta fase el monje debía beber un té venenoso hecho con extractos tóxicos de un árbol japonés. Provocaba vómitos y pérdida masiva de fluidos, además dejaba el cuerpo demasiado envenenado como para ser comido por bacterias, insectos y roedores.
Cuando ya era un simple esqueleto, el monje era colocado dentro de una tumba con la forma de la postura del loto. Le colocaban un tubo para respirar y una campana, con la que comunicaba si aún estaba con vida.
Cuando la campana dejaba de sonar, se daba por hecho que el monje había muerto, entonces se sacaba el tubo de respiración y se sellaba la tumba por 1.000 días más. Pasados esos días se reabría para comprobar que el proceso de momificación había funcionado.
Muy pocos monjes consiguieron completar este duro proceso. Y solo los “afortunados” que lo completaban tuvieron el honor de ser venerados en los templos como imagen Buda.
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